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Museo Histórico Nacional

Semana Santa

“La Semana Santa. Catedral de Buenos Aires, República Argentina”. Litografía. Dibujo de Juan León Palliere. Litografiado por Julio Pelvilain (Medida: 188 x 293 mm).

Desde el atardecer del miércoles hasta el mediodía del sábado, la ciudad se encontraba en un absoluto recogimiento; no se observaba ninguna actividad en sus calles – salvo la derivada de las prácticas religiosas- ; parecía como si el mundo se hubiese detenido. Las iglesias rivalizaban entre sí procurando cada una tener la mejor ornamentación, organizar los más bellos oficios y congregar la mayor cantidad de devotos. Los vestidos de las imágenes religiosas, la iluminación de los altares de las iglesias, como así también, la decoración del conjunto de sus interiores, eran de especial cuidado por parte de sus sacerdotes. Ellos mismos competían en su ornato.
Estaba muy difundida la práctica de visitar siete iglesias durante el Jueves Santo. Por eso era común ver por las calles grupos de mujeres, hombres y niños dirigirse hacia cada una de ellas. Mac Cann habla de “ríos de gente que se dirigían a las iglesias y salían de ellas”; mientras que Love recordaba que la regla de las siete iglesias era religiosamente obedecida y los fieles se detenían unos pocos minutos en cada iglesia para rezar una plegaria.
Los Viernes Santo, las iglesias aparecían vestidas de luto, “un gran paño verde ocultaba el esplendor de los altares y solo unos pocos cirios brillaban, difundiendo una leve claridad. En la iglesia de San Francisco y en otras se pronunciaron sermones ante numerosa concurrencia, especialmente de mujeres, que son siempre más devotas que los hombres.
La quema del Judas Iscariote en la noche del sábado señalaba un momento culminante en la vida de esa Buenos Aires que despertaba a su actividad a partir de las 12 de ese día. Precisamente en ese momento, la ciudad recobraba su vitalidad con el sonido de las campanas, el estruendo de los petardos y los sones de las bandas musicales. Por la noche, la quema del Judas congregaba a los sectores populares de la ciudad criolla. No era, al respecto, la misma situación la de 1825 que la de 1845. Love apuntaba “la quema del Judas es un espectáculo grotesco. En el medio de la calle se cuelgan muñecos de trapo rellenos de cohetes y de combustible. En la noche del sábado se les prende fuego y don Judas estalla entre los gritos de la multitud”; mientras que en 1845, William Mac Cann, apuntaba que se realizaban la quema de varios Judas, algunos de ellos en La Alameda; con lo cual esta costumbre popular continuaba vigente hacia fines de la primera mitad del siglo XIX y no había desaparecido como se pensaba en los años de Bernardino Rivadavia.
Domingo de Pascua. Varios grupos de bellas, vestidas a la moda, estuvieron en la Alameda por la tarde; habían dejado de lado las ropas de la iglesia y aparecieron vestidas de “blanco virginal” y de todos los colores del arco iris. (The British Packet, 9 de abril de 1831), se vivía la alegría de la Resurrección.